El agua cae con furia, pero vos estás quieto. Hay un abismo entre vos y el mundo, pero no te importa. Levantás la mano, no para tocar, sino para entregar. Entregar lo que sos, lo que siempre fuiste, a algo más grande.
La cueva detrás tuyo, oscura y segura, representa todo lo que conocés, todo lo que te abrazó alguna vez. Pero mirá hacia adelante. Ese paisaje, esa cascada interminable, la montaña blanca, no es solo naturaleza: es posibilidad. Es lo desconocido, el llamado a salir de tu refugio, a enfrentarte a lo que no podés controlar.
Tu gesto no es de conquista, no es de orgullo. Es de rendición. Porque entendiste que no se trata de luchar contra el mundo, sino de fluir con él. De aceptar su fuerza, su caos, su belleza. Porque es la misma que llevás dentro.
¿Y vos? ¿Te quedás en la cueva, protegido, o das ese paso hacia la luz, hacia el agua, hacia la inmensidad que te llama? No hay respuestas correctas. Solo hay momentos. Este es uno de ellos.